Hace poco, tropecé con un estudio australiano divulgado por el Wall Street Journal que revela un aspecto para reflexionar: el mejor juicio financiero suele manifestarse entre los 53 y 54 años. Este descubrimiento invita a una reevaluación, en especial en el contexto de Latinoamérica y en particular, en México.
Resulta lógico concluir que con los años llega la prudencia y, por ende, elecciones financieras más acertadas. Sin embargo, en una nación en desarrollo, no podemos permitirnos el lujo de aguardar hasta la quinta década de vida para comenzar a tomar juicios sólidos, dadas las circunstancias económicas y las pocas oportunidades.
En México, la realidad es muy diferente; de hecho, recibo numerosas consultas de personas próximas a la jubilación, con el dilema de recursos insuficientes. En tal escenario, el número de años se convierte en un adversario despiadado. Las alternativas para solucionar este contratiempo disminuyen notablemente, y la urgencia de actuar se torna en una carga emocional.
En contraste, los más jóvenes tienen el desafío de administrarse de forma eficiente. Carecen de respaldo institucional, siendo ellos los únicos responsables de su futuro, pero cuentan con un activo invaluable: el tiempo. Este les permite enmendar errores, experimentar y recalibrar tácticas. Este recurso no debe ser malgastado; aquí es donde una educación financiera temprana se vuelve trascendente.
Los mayores enfrentan retos distintos, pues una equivocación en esta etapa podría tener repercusiones graves. La escasez de tiempo para corregir compromete su bienestar a largo plazo. Este peligro se intensifica en un mundo donde los avances tecnológicos y las estrategias de inversión actuales, aunque benefician a los jóvenes, constituyen un territorio arriesgado para los viejos.
La edad es un factor en las resoluciones óptimas, pero existen otros. El entorno económico, las oportunidades y el acceso a la educación financiera son igual de determinantes. En un ámbito cada vez más intrincado y globalizado, la destreza para hacer elecciones acertadas es esencial, sin importar la etapa de vida en la que nos hallemos. Y aunque la “sabiduría de la vejez” pueda ser un recurso, sería imprudente convertirlo en un pretexto para aplazar decisiones sensatas e informadas.
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