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- Simulacro Nacional: ¿Qué dirá el mensaje de alerta sísmica en tu celular?por Redacción on septiembre 17, 2025 at 3:16 pm
Durante la conferencia 'mañanera' de la presidenta Claudia Sheinbaum se presentó la sección 'Detector de mentiras'.
- Rogelio Segovia: La revuelta de los hijos ricospor Conectando los puntos on septiembre 17, 2025 at 3:11 pm
Una de las primeras columnas que escribí para EL FINANCIERO, allá a principios de 2021 y aún como invitado, fue acerca de la meritocracia. Un tema que por aquellos días todavía no cargaba con el estigma ni con la connotación negativa que hoy se le atribuye.En aquella columna (Soberbia meritocrática, 26 de febrero de 2021) reflexioné sobre la meritocracia como sistema organizacional. Señalé que, aunque en principio garantiza reconocimiento con base en talento y esfuerzo, en la práctica puede transformarse en una ‘tiranía del mérito’, concepto desarrollado por Michael Sandel en su libro “La tiranía del mérito. ¿Qué ha sido del bien común?” (Debate, 2020), que genera soberbia en los ganadores y frustración en los perdedores.Advertí que la meritocracia presupone igualdad de oportunidades, pero en contextos de desigualdad ese supuesto no se cumple y termina profundizando brechas sociales y laborales. Por eso subrayé la necesidad de cultivar humildad y gratitud, y de construir ambientes de verdadera equidad, donde el mérito pueda expresarse sin quedar condicionado por el origen o las circunstancias de cada persona, permitiendo así que todos tengan la posibilidad real de florecer.Recordé todo esto hace unos días, al leer el artículo The Revolt of the Rich Kids de Rob Henderson (The Free Press, 9 de septiembre de 2025). Henderson analiza un fenómeno social y político en Estados Unidos: la radicalización de los hijos de familias acomodadas que, a pesar de contar con educación de élite y capital cultural, enfrentan movilidad social descendente.Desde luego que este no es un tema ajeno a este espacio. Hace unos meses, en “Tiene hijos en la universidad, ¿cómo explicarles esto?” (27 de mayo de 2025), compartí cómo, a partir de una conversación con mis alumnos, quedó clara su percepción de que alcanzar el nivel socioeconómico de sus padres será muy difícil. Señalé entonces que, en el pasado reciente, la receta era simple: buscar un empleo, apostar por el largo plazo y aprender a jugar el juego de la meritocracia. Poco a poco, esa lógica fue desapareciendo y, para la generación Z —es decir, quienes apenas egresan de la universidad—, la dificultad para construir un patrimonio que les permita al menos igualar el nivel de vida de sus padres dejó de ser un reto futuro para convertirse en una realidad palpable.Regresando a The Revolt of the Rich Kids, Henderson apunta que, en lugar del sueño americano de ascenso, muchos jóvenes criados en la abundancia descubren que sus expectativas no se cumplen: pierden estatus económico, sienten que sus logros son insuficientes frente a los de sus pares y reaccionan con frustración, ira y descontento político.Su sentencia es lapidaria: “Durante generaciones, los estadounidenses asumieron que sus hijos vivirían mejor que ellos. Hoy, esa suposición ya no se cumple. De hecho, cuanto más altos sean los ingresos de tus padres, menos probable es que tú los iguales.”Henderson explica cómo esta decepción genera un caldo de cultivo para movimientos radicales y progresistas, lo que vincula al concepto de “sobreproducción de élites”: hay más aspirantes educados que posiciones de prestigio disponibles. Esto, señala, no lleva al hambre ni a la pobreza extrema, pero sí a un resentimiento capaz de desestabilizar políticamente más que la carencia material.Y aquí surge un punto que conecta directamente con mi antiguo texto sobre la meritocracia. Henderson recuerda que “la competencia moderada puede fortalecer una sociedad, pero la competencia excesiva la desestabiliza”.Hace cuatro años yo pregunté: ¿nos hemos equivocado con la meritocracia?, ¿es moral y éticamente satisfactoria? Apunté entonces que parecía haberse enfocado más en los logros y éxitos personales y económicos de las personas que en el bien común.Sandel advertía en su libro que inconscientemente se ha creado una “tiranía del mérito”, perdiéndose la noción de solidaridad y generando en quienes triunfan sentimientos de soberbia, y en quienes fracasan, ira y frustración.En esta dinámica, la ambición deriva en soberbia, y de ahí surge lo que la Universidad de Edimburgo definió como “envidia maliciosa”, un concepto que Rob Henderson retoma en su artículo. Su razonamiento parte de dos premisas: primero, que la ambición solo agrava el problema; segundo, que las personas de mayor nivel socioeconómico son más propensas a anhelar riqueza, estatus y prestigio que quienes tienen menos.Un estudio de Berkeley-Cornell de 2020 confirma esta tendencia: las personas adineradas son más proclives a aceptar afirmaciones como “Quiero una posición de prestigio”. De este modo se configura la envidia maliciosa, entendida como el resentimiento ante el éxito ajeno.Por ello, muchos jóvenes —sostiene Henderson— adoptan ideas políticas que impulsan la redistribución coercitiva por parte del Estado (cuando el gobierno retira recursos a unos para transferirlos a otros, de manera obligatoria). Pero, advierte, en estos casos no se busca principalmente apoyar a los más pobres, sino derribar a quienes se encuentran apenas un peldaño más arriba.De ahí que la gran amenaza actual no sea la falta de movilidad ascendente, sino la experiencia del descenso social entre los privilegiados, quienes al sentirse excluidos de la cima reaccionan cuestionando y tratando de transformar el sistema.De todo esto surge La Pregunta (con mayúsculas iniciales): ¿han reflexionado los líderes en que las generaciones que se incorporan a las organizaciones traen consigo estas ideas, creencias y preocupaciones?Como lo escribí en mi columna de mayo, este problema no es exclusivo de América Latina ni de México. También ocurre en buena parte del mundo, incluyendo a nuestros referentes tradicionales: Europa y Estados Unidos. Henderson recién nos lo confirmó.Por lo pronto, el viernes pasado planteé a mis alumnos, como pregunta en el examen final de mi clase: ¿Cómo pueden la competencia y la comparación social transformar una sociedad que alguna vez ofrecía esperanza de progreso en un lugar marcado por la frustración y el resentimiento? Les pedí explicarlo con base en el texto de Henderson y, si lo consideraban útil, agregar ejemplos de la realidad actual.Ya le comentaré en las próximas semanas qué respondieron.El autor es Doctor en Filosofía, fundador de Human Leader, Socio-Director de Think Talent, y Profesor de Cátedra del ITESM. Contacto: rogelio.segovia@thinktalent.mx
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La Secretaría del Bienestar suspendió sus operaciones por el feriado del Día de la Independencia de México. ¿Con qué apellidos regresan los pagos HOY?