El H. Gobierno de Chiapas manda decir que descanse en paz, que su asesino fue detenido. Que qué importa que el mal esté hecho –¡qué fijados!–, y piden el cristiano favor de que se subraye que no habrá impunidad, no señor, aunque para usted sólo quede la paz del sepulcro.

Perdónelos, padre; hágalo incluso en la conciencia de que ellos sí saben lo que hacen. Y sobre todo lo que no hacen.

Su asesinato, padre Marcelo –uno más, ni más ni menos– resume todo un sexenio de indolencia e irresponsabilidad. Rutilio Escandón se llama y por siempre quedará su nombre en la galería del horror de los malos gobernadores de Chiapas. Deshonor a quien deshonor merece.

Qué rápido y efectivo es hoy don Rutilio y los baquetones policiacos que le acompañan. Muerto el padre nada de trabajo les cuesta dar con el matón. Eso, claro, en el caso de que no sea, como se estila en no pocos escándalos, un mero chivo expiatorio.

No vale la pena, o quizá sí, aventurar qué sería de Chiapas –su Chiapas amado, padre Marcelo–, y para el caso de México, si el raudo Rutilio, y baquetones políticos que le consecuentan, hubiera sido tan efectivo para prevenir como es para atrapar a un presunto sicario.

Seguro Rutilio estaba ocupado desgobernando y por eso nunca tuvo, ni por caridad, la atingencia de tomar en serio las amenazas de las que usted, padre Marcelo, fue objeto, y de cuya existencia se enteró todo dios menos –la tragedia lo prueba– el H. Señor Gobernador.

Padre. Hay una cosa que sin embargo está lejos de resolverse deteniendo a ése que, cuando mucho, es sólo un peón de los verdaderos jefes de Rutilio (dado que si aquellos mandan más que éste, pues no hay otra manera de ponerlo).

Las amenazas eran a su persona pero también a su causa, padre. Y quisieron matarlo a usted –y por desgracia, y por la abulia de Rutilio, lo lograron– para que esas balas silencien también la valentía de quien como usted defienda a indígenas, evitar que se emule la dignidad con que usted asumió un apostolado.

Un Rutilio es lo mejor que puede pasar a los matones. Un mandatario de poltrona. Alguien que no tiene empacho en cobrar sueldo de gobernador cuando justo al cumplirse tres décadas del levantamiento zapatista deja peor a Chiapas que en 1994.

Mas no es el único, padre, al que usted habrá de perdonar estos días. Nadie dijo que usted sea santo (por lo que leo, a usted mismo le disgustaría tal comparación), pero sobrarán en esta mala hora de su muerte quienes digan que su historia era terrenal, humana, pues.

Que los libres de culpa tiren la primera piedra, dice el evangelio. En todo caso quienes lo hagan, esbozados o a cara limpia, santurronearán subidos en un cadáver machacado a balazos mientras iba de servicio comunitario a otro.

Querrán ensuciar a un párroco, éste sí, del pueblo y para el pueblo. A quien dios, si existe, juzgará. Pero que en la tierra ha dejado sacudidos a cuantos lo conocieron y de primera mano dan fe de su compromiso con los más pobres y necesitados.

Rutilio y sus baquetones (podría llamarse su banda –musical, no piensen mal– ahora que encima aspira a brincar al gabinete federal) presumen que atraparon al asesino del padre Marcelo Pérez Pérez.

Lo que nunca podrán entender estos políticos es que su indignante tardanza ha dejado en mayor vulnerabilidad a esos por quienes Marcelo Pérez Pérez dio y perdió la vida.

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