Por lo general, en una contienda electoral en Estados Unidos, la política comercial no ocupa un lugar preponderante en el discurso de los candidatos. El electorado prefiere propuestas de políticas económicas más simples y directas en lugar de las políticas de tarifas o aranceles que resultan más complejas. Pero en esta campaña, Trump ha enarbolado la política de aranceles como una de sus dos prioridades en su plataforma económica, siendo la otra la reducción de impuestos para los estratos más ricos y las grandes compañías. Kamala Harris también ha abordado el tema en su campaña. Harris, como senadora, votó en contra del T-MEC. En la revisión en 2026, ella le dará prioridad a salvaguardar el bienestar de los trabajadores estadounidenses y las políticas climáticas. Por su parte, Trump ha sido más radical al indicar que el T-MEC ha sido “muy negativo para Estados Unidos y si no se puede arreglar, habrá que abandonarlo”. 

Pero el impacto de estas posturas sobre México es una cuestión de grado. Si bien Harris podría favorecer aranceles y ser dura en la revisión del T-MEC, pareciera estar abierta al diálogo y no a ofrecer una posición altamente dogmática. Con Trump, en cambio, se podría vislumbrar un choque frontal, intransigente y de rompimiento. El republicano ha señalado que impondría aranceles de 60% a bienes procedentes de China y un 20% a todo el resto de las importaciones. Inclusive mencionó aranceles de 200% a las importaciones de automóviles, ¡una locura!

Trump ha politizado el instrumento de los aranceles a tal grado que considera que resolverá todos los problemas. Erróneamente Trump cree que los mayores aranceles a las importaciones estimularán la producción manufacturera, protegerán los empleos en el país, atraerán empresas extranjeras, generarán mayores ingresos públicos para financiar sus disminuciones de impuestos, reducirán el déficit comercial y activarán la demanda agregada. Considera que es una política procrecimiento. Plantea un solo instrumento para cumplir varios objetivos, lo cual no es posible. Por eso, su eslogan demagógico es “¡mi palabra favorita es aranceles!”.

Trump y sus asesores desconocen el más elemental funcionamiento de la política comercial. Al final, se desembocaría en mayor inflación y una pérdida para los consumidores al encarecerse los bienes importados que consumen. También a mayores aranceles menores ingresos para el gobierno, ya que niveles prohibitivos de tarifas terminarán bloqueando el volumen de comercio al cerrar la economía. Ello desincentiva a empresas extranjeras para mudarse al país. Por ello, los mayores aranceles contraerían a la economía. Causarían que Estados Unidos vendiese menos de los bienes que actualmente exporta donde posee una ventaja comparativa. El efecto es que la economía se vuelve menos eficiente y eventualmente con menor bienestar. Se crea así una gran distorsión en la balanza comercial con efectos globales. Asimismo, el riesgo de una política arancelaria es la respuesta de represalias, lo que llevaría a una guerra tarifaria.

Ya sea con Kamala o Trump, México enfrentará una relación comercial difícil con Estados Unidos. ¿Estarán Ebrard y su equipo capacitados para enfrentar este reto?

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