“Los fuertes también nos derrumbamos, la diferencia es que no hacemos tanto ruido”, Bukowski.
Bien dicen que no hay que lamentarse ante lo inevitable de la vida, el privilegio de la vejez, hay decenas de personas, con un razonamiento conservador, que pueden estar alrededor de nuestras conciencias, con una oportunidad para cambiar el momento, el día quizá; pero las circunstancias nos atrapan.
Mejoramos en situaciones complicadas, porque la maldad no duerme, hay mentes en la perversidad de lo inaudito, sin más aspiraciones que detener el flujo positivo de las conquistas, sin plantearse objetivos ni metas, deambulan como zombis en los espacios públicos, y son los últimos para apagar la luz y seguir a oscuras.
Imaginarnos en otros escenarios pronto es lo mejor que podría pasarnos, a usted que me lee, porque nos retratamos ante el espejo de una realidad total todas las mañanas, y nos cuestionamos tantas cosas a la vez, hacia donde vamos, con quien sumamos, a quien le presentamos una propuesta, y el eco de la naturaleza del que escucha, el que miente y hasta el que simula, están al asecho.
Por supuesto que nos equivocamos, pero nunca imaginamos dañar la vida del otro, en el quehacer de la administración pública, los recursos públicos son la columna vertebrar, de las contrataciones, no de las sumisiones; los relevos generacionales, la continuidad de quien resuelve, y no atesora murmuraciones.
La economía no está endeble si se procura programar los gastos, y nos referimos a este aspecto fundamental de lo cotidiano, porque va ligado a las semanas de cada mes, sin vacaciones de por medio, por vocación y convicción en la educación, con temas desde la aspiración para superarnos, sin mediar competencia con quien tiene memoria corta, la recomendación lo salva.
Tenemos muy claro el panorama que se presenta ante nosotros, mexicanos que creemos en un país de verdad, sin matices, porque lo blanco es de una pieza, y lo negro de otra, sin mezclar simbolismos, sin falsos redentores o salvadores del pecado con o sin sanción,
El deseo es salir adelante, aún en contra de esos distractores que hablan al oído sensible, ante el absurdo planteamiento sin mediar una cita, ser escuchado, se sentencia al presunto culpable, y nos viene a la memoria la pieza de la hija de Layda Sansores y el corto metraje que saltó a la fama hace algunos ayeres, son las normas de urbanidad una medida y un peso exacto que se mueve de acuerdo a intereses del pasado, de renuncias y exhibicionismo ante la negación de resolver hasta temas de corrupción.
Somos animales casi domesticados, pero no estamos en la misma cubeta de cangrejos, tenemos aspiraciones, en una tercera edad que no nos sabe a vejez, menos a claudicar ante un dizque enemigo a la vista, la realidad es hacer lo que dicta la conciencia y equivocarnos para retomar el camino, correcto o no.
La administración pública conlleva carácter, rodeados de envidias palaciegas, tropiezos sin propósitos, falsas amistades, cambios inevitables de carácter, tandas y festejos, vendimia de todo lo imaginable a todas horas y hasta el cansancio de la vanidad de sentirse útil.
Vamos dejando los años de la vida, en un desgate sin cursilerías, sin compromisos para quedar bien, siempre cumpliendo; en un México donde la mediocridad y el menor esfuerzo es lo que opera, para no salir adelante.