Hubo sorpresa y confirmación. Novedad y certidumbre. La alineación inicial del gabinete de Claudia Sheinbaum arroja la confianza de que es ella quien decidió, de que asienta su sello, pone piezas basales de un cambio sexenal. Es la primera Claudia, y no pinta mal.

Seamos francos. La clase política vive un déjà vu sin atinar si debe reconocer que disfruta la reinstalación de rituales que tanto le marcaron, que hicieron tradición. El destape del gabinete entretiene y agobia, gusta y desespera a propios y, sobre todo, a extraños.

Con Andrés Manuel todo fue tan distinto que ahora con la virtual presidenta electa cierta tranquilidad regresa al cuerpo de la opinión pública. El juego de adivina el gabinete implica hoy, eso sí, el componente tutelaje: quién nombra, ella o él. Porque AMLO sigue siendo AMLO.

Hace seis años tuvimos gabinete desde 2017. Aunque si estamos en la hora de las franquezas, ya sabíamos lo que sabemos, que el gabinete es él, que el secretario de Gobernación era Andrés, el de Hacienda, Manuel; ¿Comunicaciones?, López; Relaciones… Obrador.

Esa era la primera interrogante este jueves: de quién eran los nombramientos. Del de ahora o de la del futuro. Se ha zanjado por la mejor deriva.

Los primeros seis saques de Sheinbaum muestran una mano donde es difícil atisbar grosero intervencionismo e incluso agraviante sectarismo.

Primera prueba superada. Quien diga que era la fácil, que estos no tuvieron chiste, que faltan los de verdad complicados, no sabe o quiere olvidar que con AMLO nada es fácil. Todo lo contrario.

Claudia aprueba la primera asignatura con una Alicia Bárcena que ya no se irá a perseguir sus sueños a la ONU, que vuelve a la tierra y es saludada por ello. Ojalá haga en Medio Ambiente cosas más dignas que ahora en la Alameda, donde se desdibujaba cada día.

Con un Marcelo Ebrard reloaded. La ganadora del 2 de junio le abrió el espacio al excanciller para que se luzca, le pone en Economía en una situación muy aceptable. Regreso con gloria del hijo pródigo y nadie pierde, y menos que nadie, la próxima presidenta.

Con un Juan Ramón de la Fuente recalibrado. Pasados los foros, lo acomodan en un lugar como al santo, ni muy muy ni tan tan. Relaciones Exteriores es para el exrector de la UNAM. Mucho qué aportar, aunque harta diplomacia por demostrar.

Gran señal que lo primero que se pretende en Educación es repensarla. Rosaura Ruiz, de todas las confianzas de Claudia, en clave innovación, con el encargo de relanzar ciencia y tecnología. De saque, un diez. Mucho que trabajar en la transición para no reprobar.

Si las segundas oportunidades son buenas lo ha de probar Ernestina Godoy, problemática extitular de la nada prestigiada Fiscalía de la Ciudad de México. Será consejera jurídica: ojalá sepa ponderar además de acatar, viriguar con buen juicio antes que sólo apresar.

De Julio Berdegué hablan bien por varios lados. Qué revelador que uno de los primeros nombramientos de la próxima presidenta tenga que ver con el campo. En medio de una crisis hídrica derivada de diversas causas, bien por priorizar que sin todo maíz no hay país.

La primera Claudia mueve fichas. Señales nada malas estas que ayer envió la próxima mera mera. Su batalla con la sombra de Palacio, que como ya vimos no hará armónico fade out, es día con día. Este jueves sacó palomita.

Vendrán otros nombramientos del gabinete. Cada uno deberá ser juzgado en sus términos. Una concesión a Palacio no será catastrófica, pero ¿cuántas resultarán demasiadas? Hace seis años fue otra cosa, ésta es mejor.

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