Un “informe” de lo bien que le ha ido a Canadá y a Estados Unidos en su relación comercial con México no es suficiente para evadir una responsabilidad estructural que tiene México con América del Norte. 

Una de las tantas pifias del gobierno anterior fue hacerse de la vista gorda con las crecientes importaciones chinas a México.

La realidad es que no sólo fue responsabilidad del gobierno de López Obrador, muchos empresarios encontraron en ese suministro asiático una gran fuente de ahorros y de ganancias, lo mismo de insumos intermedios para la industria que productos de consumo final.

Hoy es evidente que la mayor importación de autos de México es desde China, pero no se quejan ni los distribuidores, que están haciendo un gran negocio, ni los consumidores, que pueden tener autos a precios más bajos sin que les importe ni la calidad, el servicio, mucho menos que son autos subsidiados por un gobierno extranjero.

Pero en la cadena industrial, en el propio sector automotriz, hay muchos componentes de origen chino, lo que contraviene las reglas de Estados Unidos y Canadá.

Pero es un tema de estructura, de seguridad nacional, que va mucho más allá de la balanza comercial.

China, con todo derecho, ha buscado desde el 2014 una expansión de su dominio económico a través de su estrategia La Franja y la Ruta. En el 2018 invitó a los países latinoamericanos a participar en esa iniciativa que tenía como anzuelo financiamiento, desarrollo de infraestructura, comercio, en fin, un amplio portafolio que gustosos aceptaron países como Brasil.

Pero México es otra historia y justo por esos años Donald Trump presionaba a México para renegociar el TLCAN y el resultado fue su acuerdo, el T-MEC.

Más allá de las metodologías para definir porcentajes de integración regional de componentes de las exportaciones, lo que definía el T-MEC sobre el plan de expansión chino era que México, ese país fronterizo que es un asunto de seguridad nacional para Washington, pertenece a América del Norte y punto.

Hay que decirlo, el más coqueto con China fue Enrique Peña Nieto y desde Washington lo obligaron a cancelar proyectos del tamaño del tren México-Querétaro. No por nada fue ese expresidente el que se llevó el ramalazo de la primera amenaza de Trump de cancelar el TLCAN.

Pero el gobierno de López Obrador se hizo de la vista gorda, es más, encontró una forma soterrada de quedar bien con un régimen como esos que le gustan.

Los chinos han tenido la puerta abierta, abierta por López Obrador, del mercado mexicano desde que Estados Unidos le declaró la guerra comercial en marzo del 2018 con la aplicación de aranceles por más de 50,000 millones de dólares.

La paciencia norteamericana se terminó y hoy tanto Canadá como Estados Unidos descubrieron el juego de la 4T y ya pusieron un alto.

La deslealtad del gobierno mexicano no sólo es con sus socios, muchas industrias nacionales están al borde de la quiebra por la competencia alevosa de China.

Sólo que ahora, con el agua hasta el cuello, el régimen tiene que tomar una decisión estructural, dejar de jugar el juego perverso de López Obrador y redefinir bien sus lealtades comerciales.

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