Dice el escritor y periodista español Javier Cercas que un político puro no se retira, hay que echarlo. Tal es el caso de Andrés Manuel López Obrador.
Aunque en realidad no se ve la manera en que puedan retirarlo porque tiene un fuerte capital político propio y no lo va a dejar a merced de los estragos del tiempo y de sus adversarios.
Va a estar en campaña permanente. Ya dijo cómo lo hará.
Al menos mencionó una parte. Vendrá a visitar a su esposa a la Ciudad de México y no va a usar aviones comerciales.
Eso quiere decir que sus viajes a la capital del país los hará por tierra. Va a venir puebleando.
Será una romería desde Palenque a la Ciudad de México o a Puebla. Tendrá el país en efervescencia permanente, con gente tras él y no de la presidenta.
Se reserva el derecho de veto cuando alguna medida no le parezca bien.
En octubre no partirá al retiro de Palenque a leer, escribir y a ver crecer el pasto.
Hace un par de semanas dijo que intervendría en política sólo si la presidenta se lo pide. Ya buscará la forma para hacerse necesario.
Los pleitos al interior de Morena, por ejemplo. No será difícil que sus incondicionales hagan incendios para que la presidenta Sheinbaum le pida que los apague.
O para colaborar a la gobernabilidad en estados que caminan hacia el caos, como es el caso de Guerrero, o el mismo Chiapas, donde va a residir.
López Obrador es un hombre de poder. Ahí está el cierre de sexenio, con un megapaquete de reformas constitucionales que tienen al equipo de Claudia Sheinbaum trabajando horas extras para tratar de convencer a los inversionistas que habrá Estado de derecho y no autoritarismo.
Ya lo conocen en el Poder Judicial. El ambiente está tan denso en la Corte que el aire se puede cortar con un cuchillo.
El ministro Juan Luis González Alcántara ya está empacando sus cosas porque le podría llegar un revés, como el que recibió Eduardo Medina Mora, que lo haga renunciar muy pronto. O tal vez no. Hay incertidumbre.
Contra él hay un agravio personal que difícilmente se lo perdonen. Lo recuerda seguido y en público el Presidente. Cree que González Alcántara lo traicionó al actuar con autonomía.
¿Cuál autonomía, si lo puse yo?, ha dicho, palabras más, palabras menos.
Los 51 mil funcionarios y empleados del Poder Judicial de la Federación están en las mismas. Los integrantes del Consejo de la Judicatura ni se diga: va a desaparecer y se creará un nuevo organismo.
Nadie sabe cómo se van a elegir los mil 800 funcionarios del Poder Judicial que van a ser designados por votación universal. Los que se van, ¿serán indemnizados? Son unos corruptos, dice el Presidente. Para afuera.
Se va a hacer una nueva Corte de Justicia porque esta no le gusta al Presidente que se va en 100 días. Ni modo. Se destruye la Corte y se rehace como él dice.
Al diablo los ministros y su autonomía. Los va a elegir el voto popular, que está con él.
Y si Morena y la presidenta “se desvían del camino”, no hay que pensarlo mucho para entender que hará un nuevo partido.
Dijo hace dos semanas que ejercerá su derecho a disentir cuando algo no le parezca. Eso no es retirarse, sino el anuncio de que va a seguir en política.
Así son los políticos puros. No se retiran, hay que echarlos.
Y no se ve en el ánimo de la presidenta Sheinbaum una intención de ruptura. Es más, aún no sabemos si es o no una persona de poder. También ella es una incógnita.
Los mejores ejemplos de un político puro y otro que no lo es los tenemos muy frescos en los dos expresidentes recientes. Enrique Peña Nieto está fuera del país por su gusto o por precaución personal. A Felipe Calderón lo echaron.
Calderón es un político puro, desde la adolescencia y las juventudes panistas. Llegó a presidente de la República y después siguió activo. Renunció al PAN y tuvo (¿tiene?) la idea de fundar un nuevo partido porque los dirigentes blanquiazules “se desviaron del camino”.
Sabe el expresidente que, si radica en México, corre riesgos mayores. Procesos judiciales, por ejemplo.
En cambio Peña Nieto, un gobernador exitoso y eficaz, llegó a la Presidencia de la República y dejó de hacer política en el segundo año del sexenio.
AMLO se parece más a Calderón, con la diferencia de que construyó un capital político propio y enseñará el músculo cuando quiera hacerlo.
Veremos qué tan resistente al dolor de muelas es la presidenta Sheinbaum, pero hay López Obrador para rato.