Las elecciones en México resultaron ser un referéndum sobre el gobierno del presidente Andrés Manuel López Obrador. La polarización fomentada por él y su constante involucramiento en las campañas electorales definieron el proceso. En contraste, la oposición no logró presentar un proyecto alternativo de gobierno con suficiente impacto electoral. Xóchitl Gálvez hizo muchas propuestas, pero nunca consolidó una plataforma coherente y atractiva para los votantes. En muchos sentidos, lo que ofreció fue un retorno a un pasado que los mexicanos ya habían rechazado.

El único mensaje claro de la campaña opositora fue la necesidad de impedir la continuación de la 4T. Esta estrategia se construyó a partir de los agravios de las clases medias y el temor a una regresión autoritaria, apelando al enojo y miedo de esos electores. El resultado del 2 de junio mostró contundentemente que esta estrategia no fue efectiva. Si otra ruta hubiera llevado a un mejor resultado es debatible, pero está claro que depender únicamente del voto anti-4T fue catastrófico.

Entre otros errores de cálculo, el mayor fue ignorar la popularidad del presidente. Apostar contra alguien con niveles de aprobación cercanos o superiores al 60 por ciento era una jugada extremadamente arriesgada.

Guardando las debidas proporciones, el dilema es similar para el presidente Joe Biden en su intento de reelección. Biden enfrenta muchos desafíos. Cada vez con más frecuencia, el presidente parece desorientado en actos públicos, como sucedió recientemente en un evento de recaudación de fondos en Los Ángeles, donde se quedó inmóvil hasta que el expresidente Barack Obama lo asistió. Imágenes como esta hacen dudar de su capacidad para gobernar otros cuatro años.

Además, las percepciones de la mayoría de los estadounidenses sobre el rumbo del país y el estado de la economía no son favorables. Menos de una cuarta parte cree que Estados Unidos va en la dirección correcta y, según una encuesta del mes pasado del Pew Research, solo el 23 por ciento considera que la economía está en condiciones excelentes o buenas. Dos terceras partes de los encuestados ven la inflación como un gran problema.

Muchos votantes potenciales también han reevaluado la gestión de Donald Trump y creen que estaban mejor económicamente bajo su administración. Peor aún para Biden, la mayoría de los votantes potenciales confía más en Trump que en Biden en temas como la economía, la inflación, la lucha contra el crimen y la seguridad fronteriza. También es cierto, sin embargo, que Trump tiene negativos muy fuertes y causa rechazo y temor entre un amplio segmento del electorado.

No sorprende, entonces, que los estrategas de Biden hayan pensado que había que hacer que la elección fuese no un referéndum sobre su gestión sino más bien un choque y contraste con Trump, explotando sus muy potentes negativos, que anticipaban podrían acentuarse por los problemas legales que enfrenta. De hecho, algunas encuestas recientes muestran una mejoría relativa para Biden frente a Trump, atribuida a la condena que el expresidente recibió en Nueva York por pagos ilegales a una actriz porno.

Trump no tiene ahora los niveles de aprobación de López Obrador. La contienda en Estados Unidos está mucho más cerrada, por lo que una estrategia anti-Trump podría tener más futuro que la estrategia anti-4T en México. Una encuesta de CBS News de hace unas semanas muestra que la mayoría de los votantes de Biden lo harían para detener a Trump. El violento ataque al Capitolio el 6 de enero de 2021, visto como un ataque a la democracia, es una de las razones que motiva este voto.

Las razones para el voto anti-Trump y a favor de la defensa de la democracia son más evidentes en Estados Unidos que en México. Biden está insistiendo en este mensaje, como lo hizo recientemente en Pointe du Hoc, durante la celebración del desembarco en Normandía. Según uno de sus estrategas, “la elección será sobre nuestra democracia y las libertades fundamentales… estamos llevando nuestra campaña como si el destino de nuestra democracia dependiera de ello, porque así es”.

Sin embargo, los asesores de Biden reconocen que la campaña no puede centrarse únicamente en detener a Trump. Necesitan construir también sobre los logros de su gestión, como el crecimiento económico y el empleo. Es fundamental documentar los éxitos del actual gobierno y hacer que los electores los reconozcan para contrarrestar los aspectos negativos que acompañan a Biden. No hacerlo podría implicar perder la elección. Por ello, cada vez más Biden está ampliando el espectro de temas que aborda en sus discursos y sus promocionales.

Habrá que ver si Biden logra rescatar sus logros, minimizar sus negativos y dar razones para votar por él más allá del miedo a Trump. Al menos, su campaña está consciente de que el voto anti-Tump no es suficiente para ganar la reelección. La campaña de Gálvez jamás logró transcender el antilopezobradorismo para definir un planteamiento positivo. Los resultados están a la vista.

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