Plutarco Elías Calles fundó el Partido Nacional Revolucionario; Andrés Manuel López Obrador el Movimiento Regeneración Nacional. El sonorense puso a un candidato presidencial sin carisma y fuerza política propia, Pascual Ortiz Rubio. Lo hizo ganar la elección de 1929 con toda la fuerza del Estado. El tabasqueño hizo lo propio en 2024 con Claudia Sheinbaum. Calles dejó la presidencia en el plazo constitucional pero siguió ejerciendo el poder por medio de (literal) su partido y todos aquellos que le debían un cargo, incluyendo legisladores federales y gobernadores estatales. AMLO hará lo mismo desde el primer día de octubre y lo único que entregará a Sheinbaum Pardo será la banda presidencial; el poder seguirá siendo suyo. Para distinguir a quien realmente mandaba de quien tenía el cargo, Calles era el ‘Jefe Máximo de la Revolución’. López Obrador será el ‘Jefe Máximo de la Transformación’.

AMLO conoce perfectamente la potencia de las apariencias aparte de los hechos. No deja lugar a dudas de quién manda y quién obedece. La humillación fue casi inmediata por la llamada reforma (destrucción) del Poder Judicial. Sheinbaum buscó postergarla y quizá modificarla; fue inmediatamente corregida y puesta en su lugar. A continuación hizo lo que aprendió a lo largo de tantos años a la sombra del caudillo: apoyar incondicionalmente a quien le debe todo. Las breves ínfulas de autonomía se desvanecieron en horas. Decía Adolfo Ruiz Cortines que el arte de la política es comer sapos sin hacer gestos. En el obradorismo aparte hay que decir que son exquisitos.

Las giras por el país son otra forma de mostrar ese poder. Nada de que Sheinbaum use estos meses para estructurar su gobierno y diseñar políticas. No es solo tenerla cerca y controlada, sino otra demostración de mando. Una falta de consideración que igual cometió Echeverría con su entrañable amigo de juventud, José López Portillo. Pero Echeverría no era dueño del PRI y su sucesor muy pronto tomó las riendas y lo mandó literalmente muy lejos, primero de embajador a la UNESCO en París y posteriormente, todavía más distante, a Australia y las Fiji. López Obrador no salía de México ni de Presidente, ofrecerle (ya no digamos buscar imponerle) una embajada sería una ofensa que Sheinbaum pagaría muy cara.

Estará en su rancho en Chiapas, no deja de repetirlo. Como Calles estaba en su hacienda en el Estado de México, en su casa de Cuernavaca o su residencia capitalina en la colonia Anzures, desde donde se podía ver parte del Castillo de Chapultepec, entonces la casa presidencial. Donde estuviera el sonorense, ahí llegaban en caravana los políticos que iban a rendirle cuentas y recibir instrucciones. Por eso la pinta que un día apareció en una pared del Castillo donde habitaba Ortiz Rubio: “Aquí vive el Presidente, el que manda vive enfrente”. Uno puede imaginarse una frase similar en Palacio Nacional a partir de octubre: “Aquí vive la Presidente, el que manda está en Palenque”.

Soñó por años con ser reelecto y es lo que ha conseguido en forma indirecta. La aplastante victoria de Claudia Sheinbaum lo tuvo como artífice y verdadero jefe de campaña. Una contienda con toda la fuerza del Estado desnivelando la cancha electoral. El crédito le pertenece a AMLO y lo cobrará a lo largo de los próximos seis años. El papel de subordinada no es nuevo para Sheinbaum, simplemente tendrá que mantenerlo como la primera presidenta de la República ante el primer ‘Jefe Máximo de la Transformación’.

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