Debemos comenzar a cuestionar las estructuras que perpetúan desigualdades y limitan nuestro desarrollo.
Como empresario y desarrollista humano, trabajo para establecer plataformas que dignifiquen a las personas, contribuyan al bien social y propicien el crecimiento económico. Para mí, ese es el propósito. Y no lo hacemos solos; lo hacemos de manera participativa. Este esfuerzo empresarial beneficia directamente a más de 2,000 personas que encuentran estabilidad en la empresa que dirigimos. En conjunto, con los trabajadores y trabajadoras, hemos generado una derrama económica consistente que alcanza indirectamente a más de 42,000 personas. Somos una comunidad saludable, próspera y comprometida con el desarrollo de nuestro país.
Comparto este testimonio porque creo firmemente que esta forma de ver las cosas puede replicarse en cada empresa, sin importar su tamaño. Al hacerlo, no sólo fortalecemos nuestras organizaciones, sino que contribuimos significativamente al país. Esta visión propone un cambio transformador: reconstruir el tejido social desde nuestras microcélulas productivas, nuestras empresas. Esta es una forma participativa eficaz y contundente que debemos retomar como un verdadero esfuerzo cívico.
La democracia, tal como la conocemos, parece estar viviendo un ocaso. Desde su conceptualización, en la antigua Grecia, representó la esperanza de un sistema donde todas las voces fueran escuchadas. Sin embargo, con el paso de los siglos, esta promesa se ha desdibujado. Hoy, lo que se nos presenta como democracia es, en muchos casos, una falacia social: un sistema que debería empoderar a la ciudadanía, pero que con frecuencia se utiliza como una cortina de humo para justificar acciones gubernamentales que traicionan sus principios básicos.
A nuestro alrededor, las consecuencias de esta falacia son evidentes: desigualdad creciente, discriminación normalizada y una profunda pérdida de confianza en las instituciones y el estado de derecho. Estas fallas estructurales no son accidentales; son el resultado de un sistema que aliena más de lo que une, de liderazgos autócratas más que democráticos.
La alienación de la población no puede seguir escudándose en la falacia de una democracia vacía. México merece un paradigma distinto: un pensamiento esperanzador y constructivista, capaz de empoderar a su gente para prosperar y alcanzar una vida digna. Me gustaría citar una frase que escuche esta misma semana de un buen Mexicano. “La democracia requiere dirección y liderazgo para que la participación sea activa.”
EXPERIENCIAMOS UNA DEMOCRACIA SIN DIRECCIÓN NI PARTICIPACIÓN ACTIVA
El problema principal radica en que la democracia actual fomenta el anonimato. Nos convocan a participar únicamente en momentos específicos —el día de las elecciones, por ejemplo—, y creemos que con eso hemos cumplido. Pero nuestras voces quedan diluidas el resto del tiempo, sin un impacto real en el bien común. Por eso me pregunto: ¿democracia o falacia?
Este anonimato perpetúa la pasividad y nos aleja de la construcción de un México mejor. Pero no todo está perdido. La proactividad personal es el motor del cambio.
Cuando asumimos nuestra responsabilidad como ciudadanos y ciudadanas, y como líderes, dejamos de depender de un sistema que nos ha fallado. Desde nuestras trincheras, podemos transformar nuestras empresas en espacios de prosperidad y riqueza distributiva.
Esto no significa esperar a que el gobierno actúe, sino tomar las riendas del desarrollo social. En mi experiencia, he visto cómo una comunidad empresarial bien dirigida puede convertirse en un núcleo saludable, generador de estabilidad y esperanza.
Es necesario un cambio de paradigma. No podemos seguir creyendo que nuestra responsabilidad cívica se limita al acto de votar. Debemos educarnos y educar en compromiso social y conciencia cívico-política. Esta no es una tarea exclusiva de las escuelas o del gobierno; es una responsabilidad que debe permear todas las esferas de la sociedad, comenzando por las empresas.
En nuestras organizaciones, tenemos la oportunidad de enseñar con el ejemplo, promoviendo valores como la solidaridad, la participación activa y la equidad. Las empresas, como microcélulas productivas, tienen el potencial de convertirse en espacios vivos de transformación. No subestimemos el impacto que estas acciones pueden tener a nivel nacional.
LA EMPRESA: UN AGENTE DE CAMBIO
El cambio comienza en casa. Si cada líder empresarial asumiera su papel como agente de cambio, podríamos construir un país más próspero y equitativo. No se trata solo de generar utilidades; se trata de contribuir al bienestar de nuestras comunidades, de transformar nuestras microcélulas en ejemplos vivos de desarrollo humano y cohesión social.
Estamos en un momento clave para redefinir el humanismo mexicano. No es un concepto abstracto; es una forma de vida que se construye día a día, priorizando a las personas y demostrando que el éxito económico puede ir de la mano con la justicia social y la sostenibilidad.
Hoy, más que nunca, necesitamos líderes empresariales comprometidos con el cambio. No podemos seguir delegando nuestras responsabilidades en un sistema que nos ha fallado. Es momento de demostrar, con ejemplos vivos de transformación, que un México mejor es posible.
Alguien me preguntó alguna vez si sentía esperanza en México, un país con tantos problemas sociales. Mi respuesta fue clara: Siempre mantendré viva la esperanza en mi país. Mi compromiso con México es profundo, y lo demuestro comenzando por mis propias acciones: lo que mi familia aporta, lo que generan mis empresas y la responsabilidad que asumimos con nuestra comunidad. Todo lo que hacemos incide en conjunto. La gente que me rodea es mi mayor fuente de esperanza y, en esencia, ese es mi México. Desde ahí, contribuyo al desarrollo de mi nación.
A cada mexicana y mexicano les digo: no subestimen el impacto de sus acciones. Cada decisión que tomemos, cada esfuerzo que hagamos para mejorar nuestras microcélulas —nuestras familias, nuestras empresas, nuestras comunidades— contribuye a la construcción de un país más justo y próspero.
El cambio no vendrá del gobierno; vendrá de nosotras y nosotros. Asumamos el compromiso de construir una nación basada en el humanismo, la equidad y el trabajo colectivo. Este es el México que merecemos, y juntos podemos lograrlo.
Abrazo esperanzado en letras.
El autor es Doctorante en Desarrollo Humano, Universidad Motolinía del Pedregal, México
Master en Desarrollo Humano, Universidad Iberoamericana, México
Master ejecutivo en Liderazgo Positivo Estratégico, Instituto de empresa, España
Correo electrónico: jaime.cervantes@desarrollistahumanocom
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