Existe una frase que reza: “En la guerra y en el amor, todo se vale”. Una máxima que parece cobrar vida en el terreno político y económico, especialmente bajo la administración de líderes que entienden la negociación como un tablero de ajedrez, donde cada pieza y movimiento tienen un propósito calculado. Donald Trump, el expresidente de Estados Unidos, demostró ser un jugador que supo convertir el T-MEC en un campo de batalla donde el narcisismo y la manipulación se entrelazan con la diplomacia.

Desde sus primeras críticas al tratado, Trump lo calificó como injusto, afirmando que no favorecía los intereses de la economía estadounidense. Su amenaza de retirar a su país del acuerdo no solo sembró incertidumbre en los mercados, sino que también reveló su estrategia de presión unilateral: la imposición de aranceles de hasta el 25% o incluso el 100% a productos mexicanos como medida de “castigo” por lo que consideraba una invasión económica. Esta narrativa, sostenida con argumentos sobre la migración y la relocalización de empresas automotrices al norte de México, mostró su habilidad para mezclar intereses comerciales con temas geopolíticos y sociales, elevando la tensión entre las partes.

Pero el verdadero poder de Trump no radica únicamente en su capacidad para polarizar, sino en su habilidad para manipular percepciones. Las reuniones estratégicas con líderes como Javier Milei, Nayib Bukele y Lula da Silva, o sus alianzas visibles con figuras como Elon Musk, son movimientos diseñados para insinuar que existen “otras opciones”. Con estas acciones, busca desestabilizar y presionar a México, sugiriendo un posible reacomodo de alianzas que amenaza con modificar el tablero comercial de América del Norte.

A pesar de estas jugadas agresivas, México y Canadá se encuentran en una posición privilegiada dentro del T-MEC, formando parte del bloque comercial más grande del mundo. La clave del éxito radica en un liderazgo con visión estratégica, que pueda transformar las presiones narcisistas en oportunidades para fortalecer la región. En una América Latina cada vez más influenciada por gobiernos de izquierda, este equilibrio entre diplomacia y pragmatismo será esencial para mantener el tratado como un motor de crecimiento compartido.

El T-MEC no es solo un acuerdo económico; es un escenario donde las tácticas, los intereses y las personalidades chocan. ¿Será que este tablero de ajedrez permitirá un final en el que los tres países ganen? La partida sigue abierta, y cada movimiento cuenta.

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