‘Todo ha quedado atado y bien atado’. Ése fue el mensaje que Francisco Franco mandó a los españoles en la Navidad de 1969, tras haber gobernado con puño de hierro por más de tres décadas, cuando ya veía acercarse el final de sus días. Franco murió seis años después, en 1975. La monarquía que instaló, mal que bien sigue hasta nuestros días, pero fuera de eso el Estado español actual recuerda en muy poco al modelo ultracatólico, corporativo y centralista que el ‘caudillo’ quiso perpetuar.
Así como Franco, prácticamente todos los líderes que logran una concentración extraordinaria de poder, lo mismo si son de izquierda que de derecha, fantasean con perpetuar su legado. Tras las elecciones, y el sorpresivo carro completo que se llevó Morena, muchos se preguntan si la intención de AMLO –la figura más popular que ha ocupado la Presidencia de México en varias generaciones– es dejar todo atado, e incluso si lo que viene es una suerte de cogobierno, donde ejercerá derecho de veto ante posibles virajes de su sucesora, Claudia Sheinbaum.
En los próximos días, conforme se conozcan los miembros del gabinete, tendremos más claridad sobre el poder real que AMLO mantendrá al arranque del próximo sexenio. Al respecto, se especula que, además de Hacienda, los allegados de López Obrador podrían quedarse con carteras clave, incluyendo la Secretaría del Bienestar o incluso Gobernación.
En seguridad el panorama es un poco más complicado. Omar García Harfuch sería el candidato lógico para ocupar la Secretaría de Seguridad y Protección Ciudadana. Sin embargo, dicha secretaría tiene un poder real muy acotado, pues en los hechos el mando de la Guardia Nacional lo tienen los militares. El carácter marginal de la Secretaría de Seguridad quedará confirmado si avanza la iniciativa de reforma constitucional, prevista dentro del ‘plan C’, para que la Guardia Nacional pase a formar parte de las Fuerzas Armadas, y quede adscrita a Sedena.
Si así ocurre, se podría pensar que todo ha quedado atado, y que Sheinbaum no tendría herramientas para impulsar un cambio, incluso si quisiera distanciarse del legado de ‘abrazos no balazos’ (que en los hechos ha implicado una política tibia y cautelosa, donde los militares evitan la confrontación, se limitan a administrar los conflictos, y el control de una parte creciente del territorio nacional queda en manos de mafias criminales).
La transición que veremos en octubre será excepcional, sin lugar a dudas. No descartaría que, en los primeros meses de su mandato, Sheinbaum sea cautelosa y evite trastocar demasiado el legado de López Obrador, incluyendo la tibieza de la política de seguridad. En el mediano plazo, sin embargo, me parece que los amarres se irán aflojando.
Por un lado, el poder de la Presidencia de México no emana del carisma del mandatario o mandataria, sino de las enormes atribuciones legales que tiene, así como de una serie de rutinas y símbolos que son inherentes al cargo. También es justo decir que en las especulaciones sobre la eventual subordinación de Sheinbaum hay una cierta dosis de machismo.
Por otro lado, en materia de seguridad, mucho más que en economía o en otros temas, se sentirán presiones para tomar distancia del legado de AMLO. Así es porque la política de seguridad ha sido el gran fracaso del sexenio. No funciona y hay que cambiarla. Por lo mismo, varios actores van a presionar fuerte para dejar atrás la tibieza e impulsar una política más contundente y más ambiciosa, orientada a recuperar el control territorial que hemos perdido. Entre quienes presionarán destacaría a los colectivos de víctimas y a la iniciativa privada (transportistas, ganaderos, distribuidores de bienes de consumo, y un largo etcétera de empresas que actualmente son extorsionadas), así como a actores dentro del aparato norteamericano de seguridad. Me parece que García Harfuch, como secretario de Seguridad, o desde otro espacio, podría ser una figura clave para encauzar estas presiones y traducirlas en una estrategia ambiciosa de pacificación y contención de la delincuencia, como la que impulsó en la Ciudad de México.
Finalmente, es importante recordar que AMLO optó –orillado por el repudio que sentía hacia la antigua Policía Federal– por dejar todo el aparato federal de seguridad, además de instalaciones estratégicas y numerosos proyectos de infraestructura, en manos de las Fuerzas Armadas. Sin embargo, tanto Sedena como Semar son instituciones que operan bajo una lógica independiente. Mi previsión es que los militares buscarán defender el presupuesto y el poder que han ganado. Sin embargo, creo que también serán pragmáticos y receptivos a la necesidad de un cambio de estrategia. En última instancia, me parece que continuarán fieles a su tradición de lealtad a su comandante supremo, como lo establece la Constitución.