Hace unas semanas fui invitada a ser madrina del tercer grupo de galardonados “Profesionales con valor” de la Universidad La Salle, mi alma mater, y quedé muy impresionada por ver la trayectoria de los seleccionados, todos ellos con amplia experiencia, logros y reconocimientos destacables en diferentes disciplinas y áreas profesionales, quienes se distinguen por su labor en diversos sectores, desde biotecnología, astronáutica y arquitectura hasta periodismo, por mencionar algunos campos.

Ser parte de este evento me llevó a reflexionar sobre la invaluable labor de las universidades para cumplir con la encomienda de convertirse en el alma mater de sus alumnos, al proveerles de conocimientos y valores, o mejor dicho, de “alimento intelectual”, haciendo alusión al significado metafórico en latín que compara a las universidades con una “madre que alimenta”. 

Esto es trascendente porque la mayoría de los profesionales que nos hemos graduado en México y el mundo compartimos una característica esencial: todos salimos de la universidad con hambre de comernos el mundo. Pero no es sino a través de los años que ese ímpetu por transformar la realidad en nuestro campo trasciende, cuando como egresados valoramos que nuestra universidad nos cobijó compartiéndonos una filosofía y contexto particulares para enfrentarnos a la vida y trazar nuestro propio camino.

Me imagino que al igual que yo, muchos estudiantes hace unas décadas no tuvieron acceso a una orientación vocacional robusta en el proceso de selección de sus carreras, pero seguramente muchos sí gozaron del apoyo de sus padres para revisar con detalle y escrutinio el proceso de selección de la universidad. Al paso del tiempo, muchos de aquellos jóvenes constatamos que tomamos una buena decisión, porque en nuestra alma mater aprendimos una serie de valores incalculables como:

El valor del esfuerzo y la resilienciaEl valor de la colaboración y el trabajo en equipo El valor de la diversidad y la inclusión, porque en la época universitaria todos éramos amigos sin distinción Y sobre todo, el valor de buscar el servicio a los demás a través del ejercicio de nuestras profesiones.

Observando la pasión de los galardonados y de todas las personas con las que trabajo en el día a día, considero que lo que hace grandes a los profesionistas es su capacidad de liderazgo, sus valores y propósito de vida. Es así, sumando intenciones, que los egresados de todas y cada una de las instituciones que nos prepararon, construimos una parte del espíritu de nuestra querida alma mater, nuestra casa de formación, en mi caso, la Universidad La Salle.

Estos días, ante los tiempos complejos por los que atraviesa el país, con desafíos de carácter interno y externo –que no me detendré a mencionar pero que claramente se palpan en el ánimo de las personas de diferentes niveles socioeconómicos y sectores de nuestra sociedad–, pienso también en la enorme responsabilidad que tenemos quienes nos hemos “nutrido” y hemos sido privilegiados con una educación de calidad, inteligente y colaborativa.

Somos nosotros quienes podemos sumar y “alimentar” a otros desde diferentes ámbitos, con diferentes perspectivas, para contrarrestar el sentir derrotista que se percibe en ciertos grupos de manera cotidiana. Sí, es un deber influenciar y sobre todo, impulsar acciones positivas en favor de nuestro México, nuestros hijos y nuestro pueblo del que orgullosamente todos somos parte.

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